El centro de todo
Hay un juego que popularmente se juega en la playa, aunque los que vivimos en zonas serranas también podemos practicarlo tranquilamente sobre el césped: el tejo. Es similar a las bochas. Contiene una pieza más pequeña, que es la primera que aparece en escena. Luego, hay seis piezas de cada color, lo cual permite la participación de dos jugadores, o incluso formar equipos. En primer lugar, alguien arroja la pieza más pequeña. A partir de allí, el objetivo del juego es llegar con las otras piezas lo más cerca posible de esa pequeña pieza, que es el centro del juego. Cada jugador o equipo tiene seis intentos, en cada uno de los cuales debe evitar distraerse con las otras piezas y concentrarse exclusivamente en acercarse a la pieza central, ya que el color que logre la mayor aproximación es el ganador del juego. ¡Es muy entretenido y desafiante!
Cada vez que juego, o veo a otras personas jugar al tejo, no puedo evitar pensar en Jesús y lo que él representa en mi vida. Él es el centro y a él debemos entregarle todos nuestros problemas y preocupaciones. Lo ideal sería tener un tiempo de oración diario en el cual entregar nuestras cargas, pero también es válida una actitud constante de oración, en la que cada pensamiento que pase por nuestra mente podamos entregárselo a él.
Las distracciones, a las que podríamos comparar con las piezas de colores de ambos equipos, son muchas. Vamos a enumerar seis, como las piezas de cada color de este juego, pero puede haber muchas más.
1. Las críticas abiertas o los comentarios encubiertos, disfrazados de crítica, sobre nuestra forma de ser, de actuar, de pensar, nos desaniman y nos hacen creer que hacemos todo mal, que no servimos para nada, que nuestros planes no tienen futuro.
2. Las preocupaciones por problemas reales o potenciales hacen que queramos tener el control de todas las situaciones, algo que es humanamente imposible.
3. Los consejos no solicitados, cuando con la mejor intención nos dicen lo que creen que es mejor que hagamos por nuestro propio bien, también nos desalientan, ya que nos hacen pensar que nada podemos hacer por nosotros mismos, que solo podemos hacer lo que nos dicen los demás, porque es lo mejor para nosotros, nuestra propia iniciativa no lo es.
4. Los desacuerdos con los demás en cuanto a cosas tan pequeñas como qué película ver, a qué lugar ir, qué comida preparar, muchas veces nos obligan a ceder y sentirnos frustrados por eso.
5. Las tentaciones a hacer cosas “prohibidas”, a hacer la vista gorda a cosas que vemos como posibles problemas, a no ayudar a los demás y buscar nuestra propia conveniencia son encrucijadas que enfrentamos a diario y nos obligan a pensar varias veces qué vamos a decidir.
6. Las presiones de los pares o quienes desconocen nuestras prioridades y pretenden que hagamos las mismas elecciones o tomemos las mismas decisiones que ellos. Esto nos hace ceder y sentirnos frustrados, o bien adoptar una actitud prepotente en la que decidimos no ceder y hacer “la nuestra”.
Todo esto nos distrae y nos desenfoca del “centro”. ¿Qué vamos a hacer al respecto? Humildemente creo que lo mejor es llevar todo a Dios en oración y escuchar su voz, ver qué nos dice él.
Mira lo que dice Colosenses capítulo 3: “Concentren su atención en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (v. 2). “Hagan lo que hagan, trabajen de buena gana, como para el Señor y no como para nadie en este mundo” (v. 23). ¡Más claro imposible!
¿Te critican? ¿Te preocupa lo que sucede o podría suceder? ¿No te sirven los consejos bien intencionados? ¿Te cuesta ponerte de acuerdo con los demás? ¿Te sentís tentado a hacer cosas malas o no hacer cosas buenas? ¿Te sentís presionado y condicionado? Entrégaselo a Jesús y míralo solo a él.
Para terminar esta reflexión, te comparto un fragmento de la letra de una hermosa canción que afirma que Jesús es el centro de todo y te invita a hacerlo el centro de tu vida.
¡Dios te bendiga!
El centro de todo eres, Jesús,
el centro de todo eres, Jesús.
Desde el principio y hasta el fin
tú has sido y siempre serás
¡Cristo, cristo!
Tú eres el centro,
nada importa más que tú.
Todo el universo
gira en pos de ti, Jesús,
de ti, Jesús.
El centro de mi vida sé, Jesús,
el centro de mi vida sé, Jesús.
Desde el principio y hasta el fin
tú has sido y siempre serás
¡Cristo, cristo!
De mi ser, hasta el cielo
Cristo sé el centro,
mi vida eres tú, sí, mi vida eres tú.
¿Esfuerzo o suerte?
Anoche, al ver un conocido programa de preguntas y respuestas, observé que de las dos personas que llegaron a la final para ganarse el gran premio, una de ellas lo hizo gracias a su esfuerzo por haber respondido en forma correcta y segura la mayor parte de las preguntas anteriores para llegar a esa instancia. La otra finalista, en cambio, llegó a esa etapa de una manera sorprendente, incluso para ella misma. Se notó claramente que lo hizo “zafando”, intentando adivinar cada respuesta, lo cual logró gracias al cincuenta por ciento de probabilidades que había de acertar o fallar en cada pregunta. Podríamos decir que la “suerte” estuvo de su lado. En la última fase, aunque estuvo algo reñida, finalmente se hizo “justicia” y ganó la persona que a mi criterio realmente lo merecía.
Este entretenido juego me hizo pensar en cómo vemos en la vida cotidiana que hay personas que “triunfan” o escalan a altas posiciones simplemente “por azar”, por alcanzar logros que muchos desean, sin siquiera merecerlo, solo zafando, con poco o ningún esfuerzo. La otra cara de la moneda son las personas que sí triunfan gracias a su merecido esfuerzo, personas que tienen grandes sueños y aspiraciones, y llegan a la meta con arduo trabajo que pocos conocen, aunque muchos envidian el resultado obtenido. Alguna vez leí “No envidies mi éxito si no conoces mi sacrificio”, una frase más que oportuna para esta reflexión.
Dice la Biblia en Josué 1:9: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estaré contigo en dondequiera que vayas”. Es muy esperanzador leer la segunda parte, ¡qué bueno saber que Dios nos acompaña en todo lo que hagamos! Pero prestemos atención también a la primera parte. Hay que esforzarse y ser valiente, sin temer ni desmayar. Ese es el secreto del éxito del cual podemos sentirnos orgullosos, muy diferente del que viene “por casualidad” y sorprende a todos, incluso al que lo logra sin esfuerzo.
Perdida y encontrada
Era una agradable mañana de domingo, cuando él salió a comprar facturas para el desayuno especial de cada semana. Iba de camino, cuando la vio. Sola, desorientada, perdida. Se acercó un poco más, intrigado por su mal aspecto. Quedó deslumbrado por su belleza. Decidió hablarle, acariciarla. Tenía el pelo suavecito, parecía bien cuidada. Un pequeño detalle le ayudó a comprender un poco más la situación: le faltaban los dos ojos. Era ciega, por eso deambulaba sin rumbo.
Él siguió su camino, inquieto, reflexivo, emocionado, preguntándose de quién sería y cómo habría llegado hasta allí. Al volver la vio otra vez, allí seguía sola, como en busca de algo, o de alguien. Le llevó algo de comer, lo cual no aceptó.
Así transcurrió su día, con sus propias ocupaciones y preocupaciones. En un momento se acordó de la criatura perdida y fue nuevamente a su encuentro, a ver cómo estaba, pero ya no estaba… “¿Qué habrá sido de ella?”, pensó. “Lamento no haber podido ayudarla”.
Al día siguiente, cuando el asunto ya parecía olvidado y había comenzado la página de un nuevo día, ella la vio otra vez, muy cerca del mismo lugar. Lo llamó y le preguntó: “¿Era esta?”. “Sí”, respondió él.
“Está perdida, no tiene rumbo. ¿Qué hacemos con ella? ¿La llevamos a casa?”. Preguntas sin respuesta, dudas e incertidumbres. “¿La estarán buscando? ¿La habrán abandonado? ¿La habrán lastimado, por eso perdió los ojos?”.
Una foto, unas palabras pueden cambiarlo todo. Una llamada telefónica también.
“Conozco a los dueños. Te paso el contacto. Se le escapó, la está buscando. ¿Está con vos? ¿Está bien?”
Y finalmente dar con la persona que la estaba buscando, y a quien ella también buscaba, sin saber si existía, sin saber si la querría. Y las explicaciones en las que todo cobró sentido.
“Sí, es mi perrita. Es ciega y sorda. Está viejita, ¡tiene 17 años! Por causa de una enfermedad se le fueron los ojos para atrás. Camina en círculos hasta que encuentra su cucha”.
Y el tan esperado reencuentro, en el que sin ver ni escuchar, al sentir el cálido abrazo de sus dueños mueve la cola de felicidad, de emoción, de tranquilidad por haber encontrado lo que por algunas horas había perdido.